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Marta González Crivillers. Swimmer. Vic.

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19 de nov. 2012



Sólo entrar en la habitación, un escalofrío te sacude de arriba abajo. Sientes cómo se te eriza toda la piel y no puedes ni respirar. Es muy oscuro y da miedo, mucho miedo. El viento helado y un poco fúnebre deja en su sitio entrar la humedad acuosa en la piel y los pulmones. Es una prisión de unos siglos atrás, en plena edad medieval y una de las pequeñas pero no menos horrible de las muchas prisiones que había en toda la región. Aún puedes escuchar viejos sollozos y plegarias que se funden entre la maraña ya apoderada de algunas de las paredes de la estancia.
Avanzando, capturas las rejas con tus dedos y un frío incalculable penetra en tus manos. El hierro está oxidado. Vas delimitando con los dedos los barrotes de hierro y descubres que hay unos rasguños por la parte trasera, la que da a la habitación. Dan lugar a una esperanza ya perdida grabando los meses y años de prisioneros aquí confinados. Descifras palillos hechos con las propias uñas ensangrentadas de los encarcelados. El candado está abierto a causa de la oxidación donde ha hecho mella. Lo abres y la pesada puerta de metal se descubre ante ti, dando lugar al pequeño espacio.
Miras directamente a la derecha, te sorprende ver el mal estado de la cama, ahora putrefacta. Lo que antes había sido la vieja colcha ahora apenas se deja ver. Maltratada por los años día y noche, solamente queda el fino trazado de lo que era un dibujo y su tela débil como la de una araña que se mueve con la brisa glacial. El cojín, apenas perceptible hace de nido a unas enormes y peludas ratas, hijas de las alcantarillas del subsuelo de la cárcel. Su intenso olor penetrante te llega de golpe y te entran náuseas a las que te es imposible hacer frente. Pasado el mareo observas sus ojos rojos inyectados en sangre, puedes ver su desprecio en ellos. Divisas clavos, que sujetan a la pared la cama, y de tantos años ya pasados no aguantarán mucho más, pues están al límite de no poder soportar el peso que llevan encima. Alejas la mirada de aquel lugar y ves en el muro de piedra verde por el moho pequeños dibujos y escritos. Te asomas más y consigues leer un fragmento de un escrito ya desesperado: “…la soledad es lo único que me queda… moriré sin esperanzas”. Imaginas su dolor, lo sientes y te flaquean las piernas sin duda, todo el muro está repleto de recuerdos perdidos y olvidados.
Un ruido te hace girar la cabeza hacia la parte de la izquierda de la habitación. Más ratas. Ves que se están peleando per un objeto misterioso y extraño que no consigues reconocer. Te acercas muy sigilosamente y despacio y tus náuseas vuelven al entender que se trata de una calavera humana. Una rata ha entrado por el ojo y le sale la cola por la nariz del que antes había pertenecido a alguien. La otra se está dando un festín con una rata ya muerta que se quedó atrapada en la mandíbula y desprende un fuerte olor a descompuesto. Al lado figura un agujero profundo no muy grande, supones que servía para las necesidades de los presos. Agachas la cabeza para mirar la profundidad y una horrible corriente de aire te salpica el rostro. Te giras y te diriges en el rincón que hay en la esquina. Hay una apertura formada por la degradación de los ladrillos deshechos por la corrosión de la cal. Por allí sale un hilo de luz y ves el camino que antes había sido para muchos su último camino hacia la muerte. Te encoges de frío, más bien de miedo. Al notar una gélida gota que cae en tu cuello. Las creaciones que se alzan ante ti son inmensas, hay estalactitas por todo el techo y ves las finísimas capas de cal, que a cada gotita crecen un poco más y dan lugar a un tenebroso laberinto muy peligroso.
Antes de marcharte de aquel lugar, miras a  la pared de enfrente a la puerta: sólo hay una simple ventana de barrotes que dejan asomar el sol muy poco tiempo. Justo debajo de la ventana hay una cadena de hierro y una herramienta un poco escabrosa. Te acercas un poco, muy en contra de tu instinto y lo ves, es una herramienta de tortura, una cigüeña, utilizada para inmovilizar a los acusados, dándoles calambres por todos partes por la inmovilización causando la muerte. En algunos casos además de este horripilante utensilio se sometía al preso a quemaduras o a latigazos continuos durante horas para que confesase.
Te vuelves a imaginar lo mucho que sufrieron los que estaban allí durante años. Te alejas asustado. Seguro que no volverás a cruzar aquella pesada y fría puerta, donde las ánimas aún resucitan y deambulan para llorar cada noche su pérdida.

Curiosamente todos los textos aquí puestos son en castellano, ya iré haciendo algunos en catalán, pero es que verdaderamente resulta más fácil escribir en castellano que en catalán y aún estoy adquiriendo  más vocabulario y nuevas técnicas para así poder escribir verdaderas historias y bien hechas, las de ahora son, simplemente, caminitos para poder abrirme a la escritura de verdad.