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La habitación de hielo
Hay una habitación, muy blanca, casi pura. Estoy sentada
en un extremo de la habitación, en el medio, mi padre. La habitación y mi
padre. Solamente eso es ahora mi mundo, mi vida. Mi padre no dice nada, no
puede. Simplemente estoy allí para estar con él, estar con él no me gusta pero
no tiene nada que ver con él. Hay ciertas máquinas entre otros muchos
obstáculos que impiden que yo ahora mismo sea feliz estando con mi padre. Él y
yo en una habitación y sin poder decirnos nada. Es muy triste, lo sé y cargo
con ello. De hecho llevo cargando con ello desde hace un año atrás. Pero ya
queda poco. Tanto si yo quiero como si no, esto acabará y luego nada más… sí,
una incalculable tristeza que me desgarrará por dentro cada noche y me quitará
un sueño que no me devolverá. Miro la ventana. Hace un día estupendo, uno de
estos días en que tienes que salir y disfrutar de ser feliz y libre. Y yo aquí,
sentada en una silla muy cómoda pero que al mismo tiempo odio profundamente. Me
mata y no puedo aguantar ni un segundo más sentada en ella, y al lado, mi
querido padre. Nuestra habitación da a la terraza de la primera planta. No hay
nadie fuera, de hecho los que estamos aquí no tenemos tiempo para estar fuera
saboreando el día a día, no se nos permite ni lo permitimos. Estamos en pleno
verano, finales de julio, tendríamos que estar todos en un país desconocido y
extranjero o tropical, en un hotel o pensión, ahora ya qué más da imaginar y
soñar con lo imposible. Estaríamos allí los cuatro, y me refiero a los cuatro
juntos otra vez como antes, gozando de unas buenas y merecidas vacaciones. Pero
no me sobra el tiempo, me falta. Cruzaría el espacio-tiempo para capturar este
tiempo que no tengo, haría lo imposible para agarrarme a lo que ya no es
posible. Desearía volver atrás para sanar lo que ahora ya es irreversible. En
este preciso momento es cuando pienso en lo que podríamos haber sido sin este suceso.
Sobre todo en lo que hemos sido, porque al fin y al cabo somos lo que hemos
vivido, lo que hemos sufrido, amado, sentido… somos todo. Abajo hay un parque,
un lugar hermoso en medio de un silencioso pero letal infierno, un lugar donde
reflexionamos sobre nuestras cosas, donde nos evadimos de nuestros pensamientos
y nos camuflamos entre las almas inconscientes que deambulan por este sitio.
Las percibo. Si cierro los ojos, siento oleadas que vienen y van sin sentido,
suspendidas en el aire. Me horroriza bastante pensar por qué están aquí todas
estas almas sin rumbo. Es escalofriante. Si miro el cielo, hoy más claro que
nunca, puedo intentar relajarme y darme un respiro, pero me es imposible estar
relajada en estos momentos.
Un sonido me despierta. Viene de la puerta de cristal por
donde se puede acceder a la terraza. Un hombre un poco voluminoso se ha dado un
golpe. Estaba la puerta cerrada. Me imagino que no la habrá visto, también él
sumido en sus preocupaciones. Podría parecer gracioso en situaciones normales
pero para mí resulta algo irónico, dada la situación en la que me encuentro. No
me río. Aunque intentase esbozar una leve sonrisa, tengo la felicidad encerrada
bajo llave muy adentro y aún no sé dónde se encuentra, no puede salir. Me
vuelvo a la habitación, me entristece y mucho. Hay un televisor, sin uso,
porque aquí no necesitamos para nada televisores ni siquiera radios. A quién le
importa, estando aquí, en una desolada habitación saber qué pasa en el país, si
como siempre terminan hablando de la crisis o de las guerras internacionales
que no dan tregua final.
Estoy aquí desde hace veinte minutos y no me he fijado en
cómo es realmente la habitación. Al principio lo que más me atrae la atención
es mi padre. Yace en una típica cama de hospital con su mando para bajar y
subir y mover la cama de unas formas que pueden llegar a ser terriblemente
incómodas. Me cuesta mucho describirlo. Lloro por dentro y mi pobre corazón
inundado no aguanta más y se desborda dentro de mí. Se me entristecen los ojos
y ya empiezan a llenárseme de dolor que cae al vacío sin hacer ruido, estoy
llorando. Me paro casi al instante, no puedo hacer esto ahora, mi padre me
siente aún, sabe que estoy con él y no puedo
desvanecerme delante de él dejando ver a la pobre chica asustada por lo
que se avecina. No puedo permitir que me vea así de mal, si vengo aquí para
estar junto a él tengo que ser fuerte y aguantar un poco más. Me seco las
lágrimas y me vuelvo hacia mi padre. Está sedado. Tiene un respirador que le
ayuda a poder mantener este hilo de vida que le queda y lucha por quedarse. A
pesar del dolor que almaceno dentro, siento un inmenso orgullo, estoy muy
orgullosa de mi padre. No he visto que él haya dado nunca un paso hacia atrás
en este camino, ni un solo minuto, ni siquiera un solo segundo. Dudo que él se
dejara vencer tan fácilmente. Es un gran luchador y lo será para siempre. Tiene
la barriga hinchada y por las sábanas se deja ver un fluido amarillento
procedente del hígado. Sé que puede ser repugnante pensar que de tu padre sale
un asqueroso líquido, pero eso pasa cuando uno padece esta enfermedad. Ahora, me
asaltan muchos recuerdos…
- ¡Papá, papá! ¿Me puedes explicar qué son estas espadas
curvas?
- Hija mía, estas espadas eran las armas que utilizaban
los árabes y si no recuerdo mal, se llaman cimitarras, pero ésta en concreto,
se llama Saif.
- ¡Oh! Papá, ¿y las usaron para conquistarnos a nosotros?
- Sí, pero recuerda que estas espadas para ellos eran
como un símbolo, simbolizaban a Alá que era su Dios. Creo que he leído algún
libro y creo que estas espadas no fueron las únicas que utilizaron los árabes
en nuestra conquista. Creo recordar que había unas llamadas jinetas, que eran
otro tipo de espadas pero con la hoja recta y una empuñadura a veces de oro con
pequeños detalles.
- ¡Cuánto sabes, papá!, ¿algún día me podrás enseñar todo
lo que sabes? Me gustaría poder saber tanto y conocer muchas culturas e
historias diferentes, conocer muchos lugares y mitos. ¡Me gustaría algún día,
ser como tú! ¡Te quiero mucho, papá!
- Y yo también a ti, hijita. Cuando seas mayor y puedas
leer mis libros, sabrás casi tanto como yo. Pero esto solo cuando seas mayor
porque, si no, no podrás entenderlos, te los guardaré para que un día, si
tienes ganas de leerlos, te los leas todos de una vez, ¡ya verás qué divertida
puede ser la lectura!
- ¡Qué ganas tengo de ser mayor! Yo, como tú, leeré
mucho. Te lo prometo, papá.
Qué tiempos
aquellos, ahora lo recuerdo con mayor fuerza. Creo que esta promesa, la estoy
cumpliendo papá. Estoy leyéndome muchos libros y me gustan mucho, y cuando sea
mayor seguro que voy a leer los tuyos.
No puede ser cierto
lo que le está pasando a mi padre, no es justo. Cuando lo veo sedado, no puedo
reprimir mis lágrimas. Es muy duro saber que no se va a despertar más. Y pensar
que ayer me despedí de él sin que él lo supiera. Aún recuerdo lo que nos
dijeron los médicos, la fatal noticia que ya sabíamos desde enero, iba a
cumplirse en breve. Lo sedaron para que no sufriese. Estos últimos días han
sido los más duros. La morfina puede llegar a ser terrible para nuestro
organismo. He visto como de golpe mi padre me decía que un hombre se había
tirado por el balcón y que mi prima llegaba con un pelo un poco extravagante.
Todas estas alucinaciones me han asustado un poco, sí. Que tu padre te diga
convencido totalmente de que ha visto una cosa irreal, es un poco extraño. He
visto como mi padre se ponía a llorar sin ningún sentido aparente, y como algo
que le decías hacía que se derrumbase su mundo. He visto a mi padre estar bien
por la noche y estar desvanecido por la mañana. He visto como lentamente se me
iba yendo su ser…
Recuerdo que todo
iba bien. Le habían extirpado ya el tumor y nos dijeron los médicos que había
salido muy bien. Entonces… ¿Por qué se complicó? ¿Por qué todo cambió de rumbo
en sólo unos días, y por qué a mi padre?
Fue una semana desastrosa, yo estaba en unos campeonatos y me dijeron que papá
estaba en la UVI. No podía ser, seguro que no era yo la chica a la cual iba
dirigido este mensaje, pero me lo dijeron mis tíos, así que tenía que ser
cierto. La competición entonces empezó a salirme mal, no pensaba en nada más
que en mi padre. Por suerte, se recuperó muy rápido y pude celebrar los reyes
con él. Lo que no sabía entonces era que serían nuestros últimos reyes.
Recuerdo los pasos de mi madre, su cara que lo decía todo estaba tan blanca
como la pared. Las miradas de mis primas llenas de lágrimas. Me lo dijo. –No.
Esto fue lo primero que dije. ¿Qué estás diciendo mamá?, ¿Te estás escuchando?
No reaccioné hasta al cabo de unos segundos muy largos pero no me salían las
lágrimas, sentía rabia, muchísima rabia. No podía ser, era una broma de muy mal
gusto. Mi madre me intentó explicar de alguna forma lo que había sucedido. A mi
padre le habían practicado dos tacs, el primero después de la operación y
el otro, recién salido de la UVI. Era
increíble, en una sola semana, en una dichosa semana de repente aparecieron
manchas negras por todo el hígado. Del colon y el estómago se había transmitido
el cáncer hacia el hígado. Un órgano vital. Vital que quiere decir que es
necesario para vivir, si mi padre lo tenía rodeado de manchitas solo podía
estar pasando una cosa. Se moría. Lloré, pero duró escasamente unos segundos.
Mi madre nos abrazó a mi hermana y a mí. Me empezó a salir la rabia que tenía y
empecé a culpar a los médicos. Los culpé que mi padre estuviera así cuando en
realidad fueron ellos los que día tras día intentaban curarlo. Pero no tienes
tiempo de pensar en esto cuando se te dice tal mala noticia. Eres egoísta en
este instante. Exploté de rabia, no podía ni si quiera intentar razonar nada de
lo que me decían pues me había quedado muy traspuesta. No quería hablar con
nadie, no quería que nadie supiese lo que estaba pasando excepto una persona,
mi mejor amiga. Fuimos al comedor para empezar a comer. Fue una comida gélida,
las palabras se quedaban a medias, los pensamientos ni siquiera eran pensados y
las miradas eran púas envenenadas de auténtica verdad. La tele era un sonido
omnipresente, nos susurraba al oído palabras que se perdían antes de
recordarlas. Quería compartir mi tristeza. No quería cargar conmigo tal peso,
me caía, necesitaba un apoyo, tan sólo uno, y sabía exactamente dónde tenía que
buscar.
Llegamos a casa,
todas necesitábamos nuestro tiempo, se nos había atragantado alguna cosa y aún
teníamos que digerirla y esto nos iba a suponer muchísimo tiempo. Me tumbé al
sofá, sin ganas, y cogí el ordenador. Lo encendí. Escribí un hola, un simple
hola, y con esto bastó. Bastó para que mi amiga se diera cuenta de que algo no
iba mal si no muy mal. Le situé un poco para atenuar el impacto de tal noticia.
Se lo expliqué todo tal y como había sucedido, no me decía nada, tenía
suficiente con que me escuchase, porque de algún modo u otro yo sabía que ella
me estaba escuchando. Se le encallaron las palabras y ¿a quién no? No le culpo
por no saber qué decirme al principio, no le culparé nunca. Sentía como parte
de mi tristeza se iba consigo, y me supo muy mal. No quería que ella sufriese y
por un minuto pensé que no debería haberle explicado nunca esto y menos
involucrarle. Pero sé de todo corazón que sin ella no hubiese conseguido
desahogarme tanto. A través del ordenador mi amiga lloraba. Y yo delante de la
pantalla me iba deshaciendo poco a poco hasta dejar caer mis lágrimas. Por fin
había conseguido llorar más de un minuto. No podía parar y me dejé llevar por
mis emociones y entonces supe lo que realmente me oprimía y lo solté hasta cansarme
de llorar. Había comprendido lo que suponían las palabras de mi madre, aprendí
lo que supondrían pasado el momento que ahora solamente faltaba esperar.
“– Papá, ¿qué haces? ¿Has empezado un nuevo puzle?,
¿puedo ayudarte?
- Hola, pequeña, pues claro que me puedes ayudar, pero
solo ponme una pieza, ¿eh? Que te conozco.
- A ver… Me cuesta un poco esta que he cogido. – Yo sabía
perfectamente dónde iba esa pieza, pero me hacía la tonta.
- Mira, Marta, creo que si miras por la parte de la
derecha encuentras su lugar.
- Déjame buscarlo a mí, no me digas muchas pistas, por
favor. – Entonces, por fin, puse la pieza en su lugar, y otra más que ya había
localizado-. ¡Lo encontré, papá! – Mi padre me miró como si quisiera ver a
través de mí, me miraba muy fijamente, entonces le pregunté- ¿Me quieres, papá?
- Pues claro que sí, Marta – me sonrió y me dio un beso
en la mejilla, yo me quedé un rato más a su lado, dejándome acariciar por sus
manos finas y suaves, ya había puesto tres piezas más en su puzle y él lo
sabía.”
¿Y qué iba a hacer
yo de ahora en adelante? Tenía que actuar como si nada estuviese pasando, ya
que si no mi padre se pensaría lo peor y eso era lo único que nosotras
deseábamos que no pasase. Este día conseguí dormirme, no sin tener pesadillas,
no sin imaginarme cómo sería mi vida más adelante, nuestras vidas sin él, el
príncipe de nuestro reino.
La mañana siguiente
me esperaba con un nuevo reto: ir a la escuela después de la verdadera realidad
que acechaba sobre mí. Me levanté, aquel día no había madrugado para ir a la
piscina a entrenar, no tocaba ni tampoco me apetecía. Puse mis pesadas piernas
en el suelo y noté como el frío despertaba lentamente mis músculos. Me senté en
la cama, me paré un segundo y pensé. Recordé lo que parecía haber soñado: mi
padre se iba a morir. Reflexioné un poco más y me di cuenta de que no había
sido un sueño, era verdad. Me empezaron a venir ganas de llorar, tuve que parar
enseguida, no estaba sola en casa, había mi hermana y mi madre, y yo, orgullosa
como soy, no quería que me vieran llorar. Entonces aterricé en lo que parecía
ser una extraña y malvada realidad. Miré por la ventana, vi como mi ciudad se
había despertado antes que yo sin tener en cuenta nada de lo que había pasado
en mi familia, parecía no importarle ni lo más mínimo. Vi como la familia de
enfrente se despertaba también, pero su día era uno más, uno normal.
Finalmente, decidí levantarme. Enseguida todo mi cuerpo pesó sobre mí, más que
cualquier otra cosa. Dejé mis músculos relajados, crují mi espalda y me
balanceé un poco. Hoy no tenía la ropa preparada y decidí ir al lavabo. Cuando
volví a mi habitación, me vestí con lo primero que encontré y me dirigí al
comedor.
Parecía un día
normal. Entonces vi el ambiente que había en mi casa. Mi hermana aún no se
había levantado, y mi madre, estaba sentada en el sillón con la mirada perdida
y sin ninguna expresión en la cara. Parecía alguien diferente. Entonces, me oyó
y se dirigió a mí:
- Tienes el
desayuno preparado en la mesa, hoy cenaremos en casa de Gemma y Pep. – Dejó de
mirarme y susurró – Ya vendrás tú sola del instituto, ¿verdad?
La miré para ver si
estaba bien, pero no hacía falta preguntármelo, yo ya sabía la respuesta. Como
un deseo repentino, la abracé. Lo necesitaba. Lo necesitábamos. Rompió a
llorar, pero silenciosamente. Estuvimos así durante unos instantes hasta que
decidí desayunar para no llegar tarde al instituto. Me esperaban cereales con un
bol lleno de leche. Me los comí sin prisas a pesar de que iba un poco justa de
tiempo. Cuando terminé me dispuse a coger la maleta, ya preparada, y le di los
buenos días a mamá. Me fui con un inaudible adiós, como si no quisiera romper
el aire al pronunciarlo. Abrí la puerta y cerré con mucha delicadeza. Dejaba
sola a mamá hasta que mi hermana se levantase y me corroía por dentro una
culpabilidad enorme al dejarla sola con sus pensamientos.
Cuando abrí la
puerta que daba a la calle, un aire frío me salpicó la cara y los huesos.
Deberíamos de estar a unos tres grados bajo cero. Inspiré con fuerza y me llené
los pulmones de fuerza renovada. Giré a la derecha y me puse a andar hacia mi
escuela, que desde mi casa se podía ver. Al caminar iba notando como mi cuerpo
y mi mente se preparaban para soportar un día entero en el instituto. Hacía
mucho viento y esto ayudaba a que la sensación de frío aumentara por momentos.
Me tapé el cuello y puse mis manos en los bolsillos para mantenerlas calientes.
Mi respirar iba dejando huellas nublosas que se iban deshaciendo lentamente.
Grupos de jóvenes y de compañeros de clase se iban dirigiendo hacia el
instituto, como hormigas diminutas.
- ¡Marta, espérame!
– Chilló una voz detrás de mí.
De repente me giré
y vi una silueta que se iba haciendo más grande. Iba corriendo a toda vela y
por su forma de correr ya sabía quién era. Mi amigo de la infancia se dirigía
como un rayo hacia mí.
- Hoy no me has
esperado como de costumbre en la esquina. He tenido que correr, demasiado
temprano para correr a mi parecer… - me sonrió y me dijo- Oye, ¿hoy no tenemos
examen de castellano?
Me había olvidado
ya de dos cosas. Esperar a mi compañero locuaz, como de costumbre, para charlar
hasta cansarnos y el examen de castellano. Perfecto, el día no podía ir mejor.
Me quedé callada pensando cómo lo haría yo para hacer el examen ya que era de
un libro bastante difícil de entender y yo en estos últimos meses había tenido
que ir con mi padre al hospital, cuando estaba en la UVI no estaba en casa, e
iba a casa de mis tíos, no había tenido tiempo alguno para leérmelo, y menos
para entenderlo en menos de tres horas. Iba a suspender.
- No me digas que
no te has leído el libro, sabes que si no te lo lees Montse con sus preguntas
te va a ametrallar. Con la mala uva que tiene…
- Pues no me lo he
terminado, sólo me he podido leer una parte – Me empezaba ya a explotar la
cabeza, no aguantaría mucho tiempo sin decírselo a alguien, pues mi buen amigo
no lo sabía. ¿Se me notaría mucho en mi cara que algo iba mal? Los que me
conocían siempre solían acertar lo que me pasaba con solamente mirarme, era un
libro abierto, un gran libro abierto.
- Pues no te veo
muy preocupada para el examen. ¿Quieres que te haga un resumen rápido para
ayudarte un poco? – Con un leve asentimiento de cabeza le dije que sí.
Estuve los cinco
minutos largos de camino escuchando a mi amigo, o eso me pareció. Tenía
demasiados pensamientos y recuerdos como para dejar sitio en mi cabeza para tal
información. Tenía miedo de decirle que mi padre se iba a morir, él sólo sabía
que padecía el cáncer pero nada más. Aún no estaba preparada para decírselo
cara a cara.
Llegamos al instituto. Era un triste
edificio gris prefabricado y transmitía frío y tristeza. Tenía tres plantas
contando la principal y aún se estaba construyendo el gimnasio, con el mismo
modelo alegre y jovial que tenía todo el edificio del instituto. La niebla
espesa cubría el resto del edificio haciéndolo aún más lúgubre y triste.
Amontonándose a las puertas abiertas del instituto, pequeñas riadas de
compañeros y profesores iban entrando, como si de una procesión se tratase, en
el patio del instituto.
El examen era a segunda hora. El
libro: El Lazarillo de Tormes. Fantástico. Además era en castellano antiguo y
lo poco que me había leído se me había olvidado o, simplemente, formaban parte
del gran torbellino que en estos momentos no paraba de girar en mi mente.
Cuando entré en clase -mi amigo iba
en otra- me senté, como de costumbre en la última fila. Ahora me tocaba
aguantar cual alumna normal y corriente sin alertar a mis compañeros. Siempre
me ponía detrás, en parte porque era alta y los altos, por defecto, iban detrás
(aunque tuvieras miopía), y por otra, porque me encantaba perderme durante las
clases en mi mundo, dibujando, escribiendo o, a veces, leyendo libros que me
traía. No es que fuera mal estudiante, simplemente me aburrían algunas clases,
y yo, como no podía estar aburrida, necesitaba divertirme con otro tipo de
asignaturas, en este caso, optativas.
Entonces llegó mi profesora de
inglés. Se llamaba Vanesa, y dentro del profesorado de mi instituto, era una de
las profesoras que más me gustaban. Empezó a hablar en inglés y fue entonces
cuando mi mente dejó de prestar atención para seguir torturándome con los
recientes sucesos. ¿Cabía aún la posibilidad de que todo fuera un sueño? ¿Podía
estar yo en la cama presa de una turbulenta y rebuscada pesadilla? Intenté, y
por un minuto creí, que podía ser un sueño. Pero en unos segundos, me percaté
de que de esta pesadilla no volvería ya a salir nunca más.
La clase pasó muy lentamente. Estábamos dando clase sobre el 'Present Perfect', más de lo mismo, gramática y más gramática, pero pocas veces practicábamos el inglés oral. Sacaba buenas notas en inglés y aunque hiciésemos bastante gramática, me gustaba mucho la dinámica de clase. Este día la clase no se me hizo tan fácil. Mi clase era la C, teníamos tres líneas, la A, la B y la C. Creo que de las tres, era la más rebelde. A parte de las típicas frases de los profesores que nos decían que éramos la peor clase -como en todas las clases del mundo ocurre- siempre he creído que un poco de verdad tenían. Creo que, por ser la peor, no hubiese cambiado de clase, ya que en ella se encontraba una persona sin cuya amistad no hubiese sabido superar los momentos duros. Ella se llamaba Aina, y, si no recuerdo mal, nos conocimos en clase durante un ejercicio en parejas de ciencias naturales.
La clase pasó muy lentamente. Estábamos dando clase sobre el 'Present Perfect', más de lo mismo, gramática y más gramática, pero pocas veces practicábamos el inglés oral. Sacaba buenas notas en inglés y aunque hiciésemos bastante gramática, me gustaba mucho la dinámica de clase. Este día la clase no se me hizo tan fácil. Mi clase era la C, teníamos tres líneas, la A, la B y la C. Creo que de las tres, era la más rebelde. A parte de las típicas frases de los profesores que nos decían que éramos la peor clase -como en todas las clases del mundo ocurre- siempre he creído que un poco de verdad tenían. Creo que, por ser la peor, no hubiese cambiado de clase, ya que en ella se encontraba una persona sin cuya amistad no hubiese sabido superar los momentos duros. Ella se llamaba Aina, y, si no recuerdo mal, nos conocimos en clase durante un ejercicio en parejas de ciencias naturales.
CRIVI J
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