Swimming

Swimming
rfen

Marina

"Sempre recordem allò que mai no ha succeït"

About

Marta González Crivillers. Swimmer. Vic.

Entradas Populares

Followers

Blogger templates

Blogroll

Crivi. Amb la tecnologia de Blogger.

Blogger news

Blogroll

La habitación de hielo

Hay una habitación, muy blanca, casi pura. Estoy sentada en un extremo de la habitación, en el medio, mi padre. La habitación y mi padre. Solamente eso es ahora mi mundo, mi vida. Mi padre no dice nada, no puede. Simplemente estoy allí para estar con él, estar con él no me gusta pero no tiene nada que ver con él. Hay ciertas máquinas entre otros muchos obstáculos que impiden que yo ahora mismo sea feliz estando con mi padre. Él y yo en una habitación y sin poder decirnos nada. Es muy triste, lo sé y cargo con ello. De hecho llevo cargando con ello desde hace un año atrás. Pero ya queda poco. Tanto si yo quiero como si no, esto acabará y luego nada más… sí, una incalculable tristeza que me desgarrará por dentro cada noche y me quitará un sueño que no me devolverá. Miro la ventana. Hace un día estupendo, uno de estos días en que tienes que salir y disfrutar de ser feliz y libre. Y yo aquí, sentada en una silla muy cómoda pero que al mismo tiempo odio profundamente. Me mata y no puedo aguantar ni un segundo más sentada en ella, y al lado, mi querido padre. Nuestra habitación da a la terraza de la primera planta. No hay nadie fuera, de hecho los que estamos aquí no tenemos tiempo para estar fuera saboreando el día a día, no se nos permite ni lo permitimos. Estamos en pleno verano, finales de julio, tendríamos que estar todos en un país desconocido y extranjero o tropical, en un hotel o pensión, ahora ya qué más da imaginar y soñar con lo imposible. Estaríamos allí los cuatro, y me refiero a los cuatro juntos otra vez como antes, gozando de unas buenas y merecidas vacaciones. Pero no me sobra el tiempo, me falta. Cruzaría el espacio-tiempo para capturar este tiempo que no tengo, haría lo imposible para agarrarme a lo que ya no es posible. Desearía volver atrás para sanar lo que ahora ya es irreversible. En este preciso momento es cuando pienso en lo que podríamos haber sido sin este suceso. Sobre todo en lo que hemos sido, porque al fin y al cabo somos lo que hemos vivido, lo que hemos sufrido, amado, sentido… somos todo. Abajo hay un parque, un lugar hermoso en medio de un silencioso pero letal infierno, un lugar donde reflexionamos sobre nuestras cosas, donde nos evadimos de nuestros pensamientos y nos camuflamos entre las almas inconscientes que deambulan por este sitio. Las percibo. Si cierro los ojos, siento oleadas que vienen y van sin sentido, suspendidas en el aire. Me horroriza bastante pensar por qué están aquí todas estas almas sin rumbo. Es escalofriante. Si miro el cielo, hoy más claro que nunca, puedo intentar relajarme y darme un respiro, pero me es imposible estar relajada en estos momentos.
Un sonido me despierta. Viene de la puerta de cristal por donde se puede acceder a la terraza. Un hombre un poco voluminoso se ha dado un golpe. Estaba la puerta cerrada. Me imagino que no la habrá visto, también él sumido en sus preocupaciones. Podría parecer gracioso en situaciones normales pero para mí resulta algo irónico, dada la situación en la que me encuentro. No me río. Aunque intentase esbozar una leve sonrisa, tengo la felicidad encerrada bajo llave muy adentro y aún no sé dónde se encuentra, no puede salir. Me vuelvo a la habitación, me entristece y mucho. Hay un televisor, sin uso, porque aquí no necesitamos para nada televisores ni siquiera radios. A quién le importa, estando aquí, en una desolada habitación saber qué pasa en el país, si como siempre terminan hablando de la crisis o de las guerras internacionales que no dan tregua final.
Estoy aquí desde hace veinte minutos y no me he fijado en cómo es realmente la habitación. Al principio lo que más me atrae la atención es mi padre. Yace en una típica cama de hospital con su mando para bajar y subir y mover la cama de unas formas que pueden llegar a ser terriblemente incómodas. Me cuesta mucho describirlo. Lloro por dentro y mi pobre corazón inundado no aguanta más y se desborda dentro de mí. Se me entristecen los ojos y ya empiezan a llenárseme de dolor que cae al vacío sin hacer ruido, estoy llorando. Me paro casi al instante, no puedo hacer esto ahora, mi padre me siente aún, sabe que estoy con él y no puedo  desvanecerme delante de él dejando ver a la pobre chica asustada por lo que se avecina. No puedo permitir que me vea así de mal, si vengo aquí para estar junto a él tengo que ser fuerte y aguantar un poco más. Me seco las lágrimas y me vuelvo hacia mi padre. Está sedado. Tiene un respirador que le ayuda a poder mantener este hilo de vida que le queda y lucha por quedarse. A pesar del dolor que almaceno dentro, siento un inmenso orgullo, estoy muy orgullosa de mi padre. No he visto que él haya dado nunca un paso hacia atrás en este camino, ni un solo minuto, ni siquiera un solo segundo. Dudo que él se dejara vencer tan fácilmente. Es un gran luchador y lo será para siempre. Tiene la barriga hinchada y por las sábanas se deja ver un fluido amarillento procedente del hígado. Sé que puede ser repugnante pensar que de tu padre sale un asqueroso líquido, pero eso pasa cuando uno padece esta enfermedad. Ahora, me asaltan muchos recuerdos…
- ¡Papá, papá! ¿Me puedes explicar qué son estas espadas curvas?
- Hija mía, estas espadas eran las armas que utilizaban los árabes y si no recuerdo mal, se llaman cimitarras, pero ésta en concreto, se llama Saif.
- ¡Oh! Papá, ¿y las usaron para conquistarnos a nosotros?
- Sí, pero recuerda que estas espadas para ellos eran como un símbolo, simbolizaban a Alá que era su Dios. Creo que he leído algún libro y creo que estas espadas no fueron las únicas que utilizaron los árabes en nuestra conquista. Creo recordar que había unas llamadas jinetas, que eran otro tipo de espadas pero con la hoja recta y una empuñadura a veces de oro con pequeños detalles.
- ¡Cuánto sabes, papá!, ¿algún día me podrás enseñar todo lo que sabes? Me gustaría poder saber tanto y conocer muchas culturas e historias diferentes, conocer muchos lugares y mitos. ¡Me gustaría algún día, ser como tú! ¡Te quiero mucho, papá!
- Y yo también a ti, hijita. Cuando seas mayor y puedas leer mis libros, sabrás casi tanto como yo. Pero esto solo cuando seas mayor porque, si no, no podrás entenderlos, te los guardaré para que un día, si tienes ganas de leerlos, te los leas todos de una vez, ¡ya verás qué divertida puede ser la lectura!
- ¡Qué ganas tengo de ser mayor! Yo, como tú, leeré mucho. Te lo prometo, papá.
Qué tiempos aquellos, ahora lo recuerdo con mayor fuerza. Creo que esta promesa, la estoy cumpliendo papá. Estoy leyéndome muchos libros y me gustan mucho, y cuando sea mayor seguro que voy a leer los tuyos.
No puede ser cierto lo que le está pasando a mi padre, no es justo. Cuando lo veo sedado, no puedo reprimir mis lágrimas. Es muy duro saber que no se va a despertar más. Y pensar que ayer me despedí de él sin que él lo supiera. Aún recuerdo lo que nos dijeron los médicos, la fatal noticia que ya sabíamos desde enero, iba a cumplirse en breve. Lo sedaron para que no sufriese. Estos últimos días han sido los más duros. La morfina puede llegar a ser terrible para nuestro organismo. He visto como de golpe mi padre me decía que un hombre se había tirado por el balcón y que mi prima llegaba con un pelo un poco extravagante. Todas estas alucinaciones me han asustado un poco, sí. Que tu padre te diga convencido totalmente de que ha visto una cosa irreal, es un poco extraño. He visto como mi padre se ponía a llorar sin ningún sentido aparente, y como algo que le decías hacía que se derrumbase su mundo. He visto a mi padre estar bien por la noche y estar desvanecido por la mañana. He visto como lentamente se me iba yendo su ser…
Recuerdo que todo iba bien. Le habían extirpado ya el tumor y nos dijeron los médicos que había salido muy bien. Entonces… ¿Por qué se complicó? ¿Por qué todo cambió de rumbo en sólo unos días, y por qué  a mi padre? Fue una semana desastrosa, yo estaba en unos campeonatos y me dijeron que papá estaba en la UVI. No podía ser, seguro que no era yo la chica a la cual iba dirigido este mensaje, pero me lo dijeron mis tíos, así que tenía que ser cierto. La competición entonces empezó a salirme mal, no pensaba en nada más que en mi padre. Por suerte, se recuperó muy rápido y pude celebrar los reyes con él. Lo que no sabía entonces era que serían nuestros últimos reyes. Recuerdo los pasos de mi madre, su cara que lo decía todo estaba tan blanca como la pared. Las miradas de mis primas llenas de lágrimas. Me lo dijo. –No. Esto fue lo primero que dije. ¿Qué estás diciendo mamá?, ¿Te estás escuchando? No reaccioné hasta al cabo de unos segundos muy largos pero no me salían las lágrimas, sentía rabia, muchísima rabia. No podía ser, era una broma de muy mal gusto. Mi madre me intentó explicar de alguna forma lo que había sucedido. A mi padre le habían practicado dos tacs, el primero después de la operación y el  otro, recién salido de la UVI. Era increíble, en una sola semana, en una dichosa semana de repente aparecieron manchas negras por todo el hígado. Del colon y el estómago se había transmitido el cáncer hacia el hígado. Un órgano vital. Vital que quiere decir que es necesario para vivir, si mi padre lo tenía rodeado de manchitas solo podía estar pasando una cosa. Se moría. Lloré, pero duró escasamente unos segundos. Mi madre nos abrazó a mi hermana y a mí. Me empezó a salir la rabia que tenía y empecé a culpar a los médicos. Los culpé que mi padre estuviera así cuando en realidad fueron ellos los que día tras día intentaban curarlo. Pero no tienes tiempo de pensar en esto cuando se te dice tal mala noticia. Eres egoísta en este instante. Exploté de rabia, no podía ni si quiera intentar razonar nada de lo que me decían pues me había quedado muy traspuesta. No quería hablar con nadie, no quería que nadie supiese lo que estaba pasando excepto una persona, mi mejor amiga. Fuimos al comedor para empezar a comer. Fue una comida gélida, las palabras se quedaban a medias, los pensamientos ni siquiera eran pensados y las miradas eran púas envenenadas de auténtica verdad. La tele era un sonido omnipresente, nos susurraba al oído palabras que se perdían antes de recordarlas. Quería compartir mi tristeza. No quería cargar conmigo tal peso, me caía, necesitaba un apoyo, tan sólo uno, y sabía exactamente dónde tenía que buscar.
Llegamos a casa, todas necesitábamos nuestro tiempo, se nos había atragantado alguna cosa y aún teníamos que digerirla y esto nos iba a suponer muchísimo tiempo. Me tumbé al sofá, sin ganas, y cogí el ordenador. Lo encendí. Escribí un hola, un simple hola, y con esto bastó. Bastó para que mi amiga se diera cuenta de que algo no iba mal si no muy mal. Le situé un poco para atenuar el impacto de tal noticia. Se lo expliqué todo tal y como había sucedido, no me decía nada, tenía suficiente con que me escuchase, porque de algún modo u otro yo sabía que ella me estaba escuchando. Se le encallaron las palabras y ¿a quién no? No le culpo por no saber qué decirme al principio, no le culparé nunca. Sentía como parte de mi tristeza se iba consigo, y me supo muy mal. No quería que ella sufriese y por un minuto pensé que no debería haberle explicado nunca esto y menos involucrarle. Pero sé de todo corazón que sin ella no hubiese conseguido desahogarme tanto. A través del ordenador mi amiga lloraba. Y yo delante de la pantalla me iba deshaciendo poco a poco hasta dejar caer mis lágrimas. Por fin había conseguido llorar más de un minuto. No podía parar y me dejé llevar por mis emociones y entonces supe lo que realmente me oprimía y lo solté hasta cansarme de llorar. Había comprendido lo que suponían las palabras de mi madre, aprendí lo que supondrían pasado el momento que ahora solamente faltaba esperar.
“– Papá, ¿qué haces? ¿Has empezado un nuevo puzle?, ¿puedo ayudarte?
- Hola, pequeña, pues claro que me puedes ayudar, pero solo ponme una pieza, ¿eh? Que te conozco.
- A ver… Me cuesta un poco esta que he cogido. – Yo sabía perfectamente dónde iba esa pieza, pero me hacía la tonta.
- Mira, Marta, creo que si miras por la parte de la derecha encuentras su lugar.
- Déjame buscarlo a mí, no me digas muchas pistas, por favor. – Entonces, por fin, puse la pieza en su lugar, y otra más que ya había localizado-. ¡Lo encontré, papá! – Mi padre me miró como si quisiera ver a través de mí, me miraba muy fijamente, entonces le pregunté- ¿Me quieres, papá?
- Pues claro que sí, Marta – me sonrió y me dio un beso en la mejilla, yo me quedé un rato más a su lado, dejándome acariciar por sus manos finas y suaves, ya había puesto tres piezas más en su puzle y él lo sabía.”
¿Y qué iba a hacer yo de ahora en adelante? Tenía que actuar como si nada estuviese pasando, ya que si no mi padre se pensaría lo peor y eso era lo único que nosotras deseábamos que no pasase. Este día conseguí dormirme, no sin tener pesadillas, no sin imaginarme cómo sería mi vida más adelante, nuestras vidas sin él, el príncipe de nuestro reino.

La mañana siguiente me esperaba con un nuevo reto: ir a la escuela después de la verdadera realidad que acechaba sobre mí. Me levanté, aquel día no había madrugado para ir a la piscina a entrenar, no tocaba ni tampoco me apetecía. Puse mis pesadas piernas en el suelo y noté como el frío despertaba lentamente mis músculos. Me senté en la cama, me paré un segundo y pensé. Recordé lo que parecía haber soñado: mi padre se iba a morir. Reflexioné un poco más y me di cuenta de que no había sido un sueño, era verdad. Me empezaron a venir ganas de llorar, tuve que parar enseguida, no estaba sola en casa, había mi hermana y mi madre, y yo, orgullosa como soy, no quería que me vieran llorar. Entonces aterricé en lo que parecía ser una extraña y malvada realidad. Miré por la ventana, vi como mi ciudad se había despertado antes que yo sin tener en cuenta nada de lo que había pasado en mi familia, parecía no importarle ni lo más mínimo. Vi como la familia de enfrente se despertaba también, pero su día era uno más, uno normal. Finalmente, decidí levantarme. Enseguida todo mi cuerpo pesó sobre mí, más que cualquier otra cosa. Dejé mis músculos relajados, crují mi espalda y me balanceé un poco. Hoy no tenía la ropa preparada y decidí ir al lavabo. Cuando volví a mi habitación, me vestí con lo primero que encontré y me dirigí al comedor.
Parecía un día normal. Entonces vi el ambiente que había en mi casa. Mi hermana aún no se había levantado, y mi madre, estaba sentada en el sillón con la mirada perdida y sin ninguna expresión en la cara. Parecía alguien diferente. Entonces, me oyó y se dirigió a mí:
- Tienes el desayuno preparado en la mesa, hoy cenaremos en casa de Gemma y Pep. – Dejó de mirarme y susurró – Ya vendrás tú sola del instituto, ¿verdad?
La miré para ver si estaba bien, pero no hacía falta preguntármelo, yo ya sabía la respuesta. Como un deseo repentino, la abracé. Lo necesitaba. Lo necesitábamos. Rompió a llorar, pero silenciosamente. Estuvimos así durante unos instantes hasta que decidí desayunar para no llegar tarde al instituto. Me esperaban cereales con un bol lleno de leche. Me los comí sin prisas a pesar de que iba un poco justa de tiempo. Cuando terminé me dispuse a coger la maleta, ya preparada, y le di los buenos días a mamá. Me fui con un inaudible adiós, como si no quisiera romper el aire al pronunciarlo. Abrí la puerta y cerré con mucha delicadeza. Dejaba sola a mamá hasta que mi hermana se levantase y me corroía por dentro una culpabilidad enorme al dejarla sola con sus pensamientos.
Cuando abrí la puerta que daba a la calle, un aire frío me salpicó la cara y los huesos. Deberíamos de estar a unos tres grados bajo cero. Inspiré con fuerza y me llené los pulmones de fuerza renovada. Giré a la derecha y me puse a andar hacia mi escuela, que desde mi casa se podía ver. Al caminar iba notando como mi cuerpo y mi mente se preparaban para soportar un día entero en el instituto. Hacía mucho viento y esto ayudaba a que la sensación de frío aumentara por momentos. Me tapé el cuello y puse mis manos en los bolsillos para mantenerlas calientes. Mi respirar iba dejando huellas nublosas que se iban deshaciendo lentamente. Grupos de jóvenes y de compañeros de clase se iban dirigiendo hacia el instituto, como hormigas diminutas.
- ¡Marta, espérame! – Chilló una voz detrás de mí.
De repente me giré y vi una silueta que se iba haciendo más grande. Iba corriendo a toda vela y por su forma de correr ya sabía quién era. Mi amigo de la infancia se dirigía como un rayo hacia mí.
- Hoy no me has esperado como de costumbre en la esquina. He tenido que correr, demasiado temprano para correr a mi parecer… - me sonrió y me dijo- Oye, ¿hoy no tenemos examen de castellano?
Me había olvidado ya de dos cosas. Esperar a mi compañero locuaz, como de costumbre, para charlar hasta cansarnos y el examen de castellano. Perfecto, el día no podía ir mejor. Me quedé callada pensando cómo lo haría yo para hacer el examen ya que era de un libro bastante difícil de entender y yo en estos últimos meses había tenido que ir con mi padre al hospital, cuando estaba en la UVI no estaba en casa, e iba a casa de mis tíos, no había tenido tiempo alguno para leérmelo, y menos para entenderlo en menos de tres horas. Iba a suspender.
- No me digas que no te has leído el libro, sabes que si no te lo lees Montse con sus preguntas te va a ametrallar. Con la mala uva que tiene…
- Pues no me lo he terminado, sólo me he podido leer una parte – Me empezaba ya a explotar la cabeza, no aguantaría mucho tiempo sin decírselo a alguien, pues mi buen amigo no lo sabía. ¿Se me notaría mucho en mi cara que algo iba mal? Los que me conocían siempre solían acertar lo que me pasaba con solamente mirarme, era un libro abierto, un gran libro abierto.
- Pues no te veo muy preocupada para el examen. ¿Quieres que te haga un resumen rápido para ayudarte un poco? – Con un leve asentimiento de cabeza le dije que sí.
Estuve los cinco minutos largos de camino escuchando a mi amigo, o eso me pareció. Tenía demasiados pensamientos y recuerdos como para dejar sitio en mi cabeza para tal información. Tenía miedo de decirle que mi padre se iba a morir, él sólo sabía que padecía el cáncer pero nada más. Aún no estaba preparada para decírselo cara a cara.
Llegamos al instituto. Era un triste edificio gris prefabricado y transmitía frío y tristeza. Tenía tres plantas contando la principal y aún se estaba construyendo el gimnasio, con el mismo modelo alegre y jovial que tenía todo el edificio del instituto. La niebla espesa cubría el resto del edificio haciéndolo aún más lúgubre y triste. Amontonándose a las puertas abiertas del instituto, pequeñas riadas de compañeros y profesores iban entrando, como si de una procesión se tratase, en el patio del instituto.
El examen era a segunda hora. El libro: El Lazarillo de Tormes. Fantástico. Además era en castellano antiguo y lo poco que me había leído se me había olvidado o, simplemente, formaban parte del gran torbellino que en estos momentos no paraba de girar en mi mente.
Cuando entré en clase -mi amigo iba en otra- me senté, como de costumbre en la última fila. Ahora me tocaba aguantar cual alumna normal y corriente sin alertar a mis compañeros. Siempre me ponía detrás, en parte porque era alta y los altos, por defecto, iban detrás (aunque tuvieras miopía), y por otra, porque me encantaba perderme durante las clases en mi mundo, dibujando, escribiendo o, a veces, leyendo libros que me traía. No es que fuera mal estudiante, simplemente me aburrían algunas clases, y yo, como no podía estar aburrida, necesitaba divertirme con otro tipo de asignaturas, en este caso, optativas.
Entonces llegó mi profesora de inglés. Se llamaba Vanesa, y dentro del profesorado de mi instituto, era una de las profesoras que más me gustaban. Empezó a hablar en inglés y fue entonces cuando mi mente dejó de prestar atención para seguir torturándome con los recientes sucesos. ¿Cabía aún la posibilidad de que todo fuera un sueño? ¿Podía estar yo en la cama presa de una turbulenta y rebuscada pesadilla? Intenté, y por un minuto creí, que podía ser un sueño. Pero en unos segundos, me percaté de que de esta pesadilla no volvería ya a salir nunca más.
La clase pasó muy lentamente. Estábamos dando clase sobre el 'Present Perfect', más de lo mismo, gramática y más gramática, pero pocas veces practicábamos el inglés oral. Sacaba buenas notas en inglés y aunque hiciésemos bastante gramática, me gustaba mucho la dinámica de clase. Este día la clase no se me hizo tan fácil. Mi clase era la C, teníamos tres líneas, la A, la B y la C. Creo que de las tres, era la más rebelde. A parte de las típicas frases de los profesores que nos decían que éramos la peor clase -como en todas las clases del mundo ocurre- siempre he creído que un poco de verdad tenían. Creo que, por ser la peor, no hubiese cambiado de clase, ya que en ella se encontraba una persona sin cuya amistad no hubiese sabido superar los momentos duros. Ella se llamaba Aina, y, si no recuerdo mal, nos conocimos en clase durante un ejercicio en parejas de ciencias naturales. 






CRIVI J