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18 de nov. 2012
'Nunca me abandones' . Kazuo Ishiguro



Nuestro colegio era el más prestigioso de la ciudad o más bien diría del país, según decían. Desde lejos parecía una gran mansión con el tejado azul y grandes ventanales. Alrededor de la escuela se extendía un infinito y verde jardín que delimitaba a lo largo de un quilómetro y medio con una valla blanca, a través de la cual podías observar más y más espesura verde. Solo una simple pincelada de color marrón por la cual una única vez vi pasar un coche, se diferenciaba un poco de entre las hojas y ramas, una carretera que nos llevaba a la vida. Son buenos recuerdos que ahora por mal, estoy recordando y se me aparecen y se van igual que mi vida a cada segundo transcurrido, he durado mucho, más de lo que yo imaginé, pero no he visto nunca la vida de cerca, ni siquiera la he rozado y mucho menos la he vivido.
     !Piii! El timbre que anunciaba la hora de comer, sucumbió a una gran alud de niños que iban directos hacia el comedor. Yo siempre era de las últimas, entonces apenas llegaba a los cinco años. A los menores de cinco años nos ponían delante de todo para vigilarnos mejor ya que en nuestro colegio la alimentación era casi más importante que estudiar y dónde jugar y descansar pasaban a ser una obligación, debíamos ser perfectos y sobre todo muy sanos.
     Teníamos siempre las mismas rutinas para hacer cualquier cosa, nos levantábamos a las ocho y media y nos duchábamos por turnos. Luego el desayuno, siempre la misma combinación: leche, galletas i fruta. Cuando terminábamos íbamos al colegio tres horas y siempre con descanso de diez minutos para jugar. Acabadas las clases, comíamos en el comedor, para comer solía haber pasta o arroz con un poco de verduras y carne, no nos dejaban repetir nunca por mucha hambre que tuviésemos y siempre teníamos que dormir la siesta terminada la comida. Las tardes eran más o menos igual que las mañanas, tres horas de clase y a cenar, lo único distinto era que por las tardes si sobraba un poco de tiempo íbamos a jugar un poco más.
     Las navidades no dejaban mucho que desear pero por lo menos teníamos algún que otro juego para jugar. Venían unos hombres que nos llevaban objetos y juguetes ya usados y los intercambiábamos por unos puntos que nos daban las tutoras, si te habías portado bien te daban puntos extras.
     Éramos tres amigos yo, Clara y Javier. Y me acuerdo que solíamos jugar siempre juntos. Teníamos muchas ganas de salir del colegio para poder ver las ciudades que habían al otro lado del nuestro mundo. Jugábamos a imaginar cómo sería la vida allí, pero nunca estábamos satisfechos con ello, porque no nos dejaban ir a ver más allá del colegio.
     A la edad de dieciséis años yo me enamoré de Javier, me gustaba mucho pero no me atrevía a decirle nada, así que Clara se aprovechó y fue ella quién dio el primer paso. Así que ellos dos estuvieron saliendo juntos hasta que nos vinieron a buscar unos granjeros. Los chicos y chicas del colegio que llegaban a la mayoría de edad se los llevaban del colegio e iban hacia la vida, o eso creíamos entonces…
     Pasé unos años en la granja que no fueron los mejores, Clara y Javier habían madurado juntos y me habían dejado a mí muy apartada, ya no éramos los chicos de antes. Cada noche dormía sola mientras los escuchaba a ellos, que dormían juntos. Me amargué durante muchos años pensando que yo tenía que estar en el lugar de Clara y ella en el mío.
     Tenía ya 19 años recién cumplidos cuando pudimos ver por única vez en la vida el mar, fuimos todos muy contentos con el coche y nos paramos en la ciudad de Reyes que era la ciudad más cercana a la granja y al mismo tiempo del mar. Nos quedamos a comer en la ciudad. Había tantos manjares en la carta y tan desconocidos que no sabíamos que pedir. Todo era demasiado extraordinario para que funcionase. Por un momento me pareció ver a una chica exactamente igual a Clara pero no le presté mucha atención. Volvimos a la granja después de zambullirnos un rato en el mar. Fue el mejor día de mi vida.
     Al cabo de dos meses enviaron una carta. Una carta sin previo aviso, tenían que llevarse a Clara, tenía que cumplir con lo que llevaba esperando toda la vida. Esta carta nos abrió los ojos, unos ojos que habíamos mantenido cerrados sin saberlo durante toda nuestra vida. Comíamos bien y estábamos tan sanos solo por un motivo. Éramos donantes de órganos para la gente que sí vivía la vida. Se la llevaron y nos dejaron solos a Javier y a mí.
     Los siguientes meses los pasamos con angustia, mirábamos cada día si teníamos alguna carta para uno de los dos. Pese a todo, declaré mi amor a Javier y él admitió estar enamorado de mí. Intentamos recuperar todos los años perdidos entre nosotros dos. Pero esta vez llegó la carta para Javier. Lo necesitaban ahora a él. Lo busqué en todos los hospitales y lo encontré. Había donado un riñón, por suerte, y estaba bien. Me vino una de las enfermeras diciéndome que podía retrasar un poco mi primera donación. Se podía cuidar a los donantes durante su trayecto final. O sea, podía cuidar de Javier hasta que donara algún órgano importante o cuando no soportara más su cuerpo. La enfermera me dijo que pocos superaban la tercera donación y con suerte los más fuertes superaban la cuarta. Javier ya llevaba una.
     Sólo tuvieron que pasar tres semanas para que Javier tuviera que donar un pulmón. Estaba mal, pero él seguía diciéndome que estaba bien. Aun así yo no pensaba lo mismo. Tenía remordimientos, tenía que ir a ver como estaba Clara, si seguía con vida. Así que le dije a Javier que me ausentaría unos días para buscar a Clara, pero él quiso venir conmigo. Nos dijeron que se hallaba en el hospital central de Sonellos, la capital. La encontramos, había donado pulmón y medio, estaba realmente muy mal. Iba con un respirador porqué le cogían paradas respiratorias. Nos dijo que hacíamos buena pareja y admitió que ella estaba celosa de nosotros y por eso decidió avanzarse a mí respecto a Javier. Vino una enfermera a buscarla, pues tenía que ir a donar un órgano. Esperamos más de tres horas pero no obtuvimos ninguna respuesta. Debimos de suponer que se murió, creo que donó el corazón. No quería pensar que podía pasarle esto a Javier.
     Volvimos, y en cuanto nos encontraron cogieron a Javier. Yo ya me despedía de él para siempre. Me estuve esperando en aquella sala más de cuatro horas cuando me dijeron que Javier había muerto, había perdido demasiada sangre y se había desangrado en la sala del quirófano. Me había quedado completamente sola y sin amigos, mi familia.
     Medio año más tarde, estaba yo en su lugar y con tres donaciones encima, era fuerte, pero sabía que al entrar en aquella sala fría ya no volvería a sufrir. Estaba preparada para irme tranquila. Quería que todo terminase, poner punto y final en esta infeliz vida.

 ¡Piiiiiiiiiiii…..! El corazón se paró. Júlia ya había terminado su vida, de los tres amigos ya no quedaba ninguno. Seguramente Júlia, Clara y Javier estarán en mejor vida. “He operado a muchos jóvenes de este colegio maligno y no volveré a hacerlo. No pienso ver como mueren vidas que aún tienen que crecer y no me detendré hasta que se cierre este colegio”. El cirujano tapó a Júlia con un mantel, apagó  las luces y se fue.

Este escrito está insipirado en el libro 'Nunca me abandones' y del cual se ha hecho una película - que yo fui a ver -. Quizá yo sólo me haya inspirado en la película ya que no sabía de la existencia del libro. A pesar de este error mío, se de buena mano que es un gran libro. Puede que sea un libro de ciencia-ficción o puede que no, ¿y si esto está pasando?. Visto como está el mundo, seguramente se esté haciendo, ¿quién puede decir lo contrario, eh? No obstante, creo que es un momento para reflexionar, porqué de esta película terminamos (mi hermana mi madre y yo) un poco confusas, porque sin duda alguna, estas historias llegan hasta los más hondo del corazón.