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15 de març 2013
Buenas noches a todos, 

Como véis, a mí me gusta lo de escribir por la noche, no recuerdo más de una entrada durante el día o por la mañana... Bueno, a lo que iba, os he anunciado por twitter que haría dos posts, y así va a ser, éste quizá sea el más importante porque es de mi entrada favorita, mi historia favorita. Evidentemente, el tener semana de exámenes y competiciones ha hecho que no haya podido aparecer mucho por ahí, no obstante, esto no significa para nada que no haya escrito o continuado (en los dos casos de hoy) historias. Sin más preámbulos, os dejo aquí, nada más y nada menos que la tercera "entrega" de La Habitación de Hielo (para los que ya os habéis perdido o preferís empezarla desde la parte uno os dejo el enlace: http://crivii95.blogspot.com.es/2012/12/hoy-es-un-dia-especial-unos-celebran-el.html ), espero que os guste:

“– Papá, ¿qué haces? ¿Has empezado un nuevo puzle?, ¿puedo ayudarte?
- Hola, pequeña, pues claro que me puedes ayudar, pero solo ponme una pieza, ¿eh? Que te conozco.
- A ver… Me cuesta un poco esta que he cogido. – Yo sabía perfectamente dónde iba esa pieza, pero me hacía la tonta-.
- Mira, Marta, creo que si miras por la parte de la derecha encuentras su lugar.
- Déjame buscarlo a mí, no me digas muchas pistas, por favor. – Entonces, por fin, puse la pieza en su lugar, y otra más que ya había localizado-. ¡Lo encontré, papá! – Mi padre me miró como si quisiera ver a través de mí, me miraba muy fijamente, entonces le pregunté- ¿Me quieres, papá?
- Pues claro que sí, Marta – me sonrió y me dio un beso en la mejilla, yo me quedé un rato más a su lado, dejándome acariciar por sus manos finas y suaves, ya había puesto tres piezas más en su puzle y él lo sabía.”

¿Y qué iba a hacer yo de ahora en adelante? Tenía que actuar como si nada estuviese pasando, ya que si no mi padre se pensaría lo peor y eso era lo único que nosotras deseábamos que no pasase. Este día conseguí dormirme, no sin tener pesadillas, no sin imaginarme cómo sería mi vida más adelante, nuestras vidas sin él, el príncipe de nuestro reino.
La mañana siguiente me esperaba con un nuevo reto: ir a la escuela después de la verdadera realidad que acechaba sobre mí. Me levanté, aquel día no había madrugado para ir a la piscina a entrenar, no tocaba ni tampoco me apetecía. Puse mis pesadas piernas en el suelo y noté como el frío despertaba lentamente mis músculos. Me senté en la cama, me paré un segundo y pensé. Recordé lo que parecía haber soñado: mi padre se iba a morir. Reflexioné un poco más y me di cuenta de que no había sido un sueño, era verdad. Me empezaron a venir ganas de llorar, tuve que parar enseguida, no estaba sola en casa, había mi hermana y mi madre, y yo, orgullosa como soy, no quería que me vieran llorar. Entonces aterricé en lo que parecía ser una extraña y malvada realidad. Miré por la ventana, vi como mi ciudad se había despertado antes que yo sin tener en cuenta nada de lo que había pasado en mi familia, parecía no importarle ni lo más mínimo. Vi como la familia de enfrente se despertaba también, pero su día era uno más, uno normal. Finalmente, decidí levantarme. Enseguida todo mi cuerpo pesó sobre mí, más que cualquier otra cosa. Dejé mis músculos relajados, crují mi espalda y me balanceé un poco. Hoy no tenía la ropa preparada y decidí ir al lavabo. Cuando volví a mi habitación, me vestí con lo primero que encontré y me dirigí al comedor.
Parecía un día normal. Entonces vi el ambiente que había en mi casa. Mi hermana aún no se había levantado, y mi madre, estaba sentada en el sillón con la mirada perdida y sin ninguna expresión en la cara. Parecía alguien diferente. Entonces, me oyó y se dirigió a mí:
- Tienes el desayuno preparado en la mesa, hoy cenaremos en casa de Gemma y Pep. – Dejó de mirarme y susurró – Ya vendrás tú sola del instituto, ¿verdad?
La miré para ver si estaba bien, pero no hacía falta preguntármelo, yo ya sabía la respuesta. Como un deseo repentino, la abracé. Lo necesitaba. Lo necesitábamos. Rompió a llorar, pero silenciosamente. Estuvimos así durante unos instantes hasta que decidí desayunar para no llegar tarde al instituto. Me esperaban cereales con un bol lleno de leche. Me los comí sin prisas a pesar de que iba un poco justa de tiempo. Cuando terminé me dispuse a coger la maleta, ya preparada, y le di los buenos días a mamá. Me fui con un inaudible adiós, como si no quisiera romper el aire al pronunciarlo. Abrí la puerta y cerré con mucha delicadeza. Dejaba sola a mamá hasta que mi hermana se levantase y me corroía por dentro una culpabilidad enorme al dejarla sola con sus pensamientos.
Cuando abrí la puerta que daba a la calle, un aire frío me salpicó la cara y los huesos. Deberíamos de estar a unos tres grados bajo cero. Inspiré con fuerza y me llené los pulmones de fuerza renovada. Giré a la derecha y me puse a andar hacia mi escuela, que desde mi casa se podía ver. Al caminar iba notando como mi cuerpo y mi mente se preparaban para soportar un día entero en el instituto. Hacía mucho viento y esto ayudaba a que la sensación de frío aumentara por momentos. Me tapé el cuello y puse mis manos en los bolsillos para mantenerlas calientes. Mi respirar iba dejando huellas nublosas que se iban deshaciendo lentamente. Grupos de jóvenes y de compañeros de clase se iban dirigiendo hacia el instituto, como hormigas diminutas.
- ¡Marta, espérame! – Chilló una voz detrás de mí-.
De repente me giré y vi una silueta que se iba haciendo más grande. Iba corriendo a toda vela y por su forma de correr ya sabía quién era. Mi amigo de la infancia se dirigía como un rayo hacia mí.
- Hoy no me has esperado como de costumbre en la esquina. He tenido que correr, demasiado temprano para correr a mi parecer… - me sonrió y me dijo- Oye, ¿hoy no tenemos examen de castellano?
Me había olvidado ya de dos cosas. Esperar a mi compañero locuaz, como de costumbre, para charlar hasta cansarnos y el examen de castellano. Perfecto, el día no podía ir mejor. Me quedé callada pensando cómo lo haría yo para hacer el examen ya que era de un libro bastante difícil de entender y yo en estos últimos meses había tenido que ir con mi padre al hospital, cuando estaba en la UVI no estaba en casa, e iba a casa de mis tíos, no había tenido tiempo alguno para leérmelo, y menos para entenderlo en menos de tres horas. Iba a suspender.
- No me digas que no te has leído el libro, sabes que si no te lo lees Montse con sus preguntas te va a ametrallar. Con la mala uva que tiene…
- Pues no me lo he terminado, sólo me he podido leer una parte – Me empezaba ya a explotar la cabeza, no aguantaría mucho tiempo sin decírselo a alguien, pues mi buen amigo no lo sabía. ¿Se me notaría mucho en mi cara que algo iba mal? Los que me conocían siempre solían acertar lo que me pasaba con solamente mirarme, era un libro abierto, un gran libro abierto-.
- Pues no te veo muy preocupada para el examen. ¿Quieres que te haga un resumen rápido para ayudarte un poco? – Con un leve asentimiento de cabeza le dije que sí-.
Estuve los cinco minutos largos de camino escuchando a mi amigo, o eso me pareció. Tenía demasiados pensamientos y recuerdos como para dejar sitio en mi cabeza para tal información. Tenía miedo de decirle que mi padre se iba a morir, él sólo sabía que padecía el cáncer pero nada más. Aún no estaba preparada para decírselo cara a cara.