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6 de des. 2013
¡Buenas noches queridos lectores que aún aguantáis mis ausencias!

Esta noche, - y triste día por la pérdida de una persona de incalculable valor: Nelson Mandela- voy a dejaros con un trocito, y sí digo trocito porque lo es, de LHDH. Si sois astutos veréis que mi forma de escribir ha cambiado un poco (y creo que para mal) estos últimos días. Y es que, chicos, ¡hay que leer para poder escribir! Y si soy sincera, no he leído mucho... Me da rabia, pero no hace falta que os lo explique. 
Os dejo, sin más dilaciones, que intentéis disfrutar (o simplemente dejaos caer en mi blog) de mi querida LHDH4 (que me he dejado un trocito más para mañana o pasado mañana...) 

Llegamos al instituto. Era un triste edificio gris prefabricado y transmitía frío y tristeza. Tenía tres plantas contando la principal y aún se estaba construyendo el gimnasio, con el mismo modelo alegre y jovial que tenía todo el edificio del instituto. La niebla espesa cubría el resto del edificio haciéndolo aún más lúgubre y triste. Amontonándose a las puertas abiertas del instituto, pequeñas riadas de compañeros y profesores iban entrando, como si de una procesión se tratase, en el patio del instituto.

El examen era a segunda hora. El libro: El Lazarillo de Tormes. Fantástico. Además era en castellano antiguo y lo poco que me había leído se me había olvidado o, simplemente, formaban parte del gran torbellino que en estos momentos no paraba de girar en mi mente.

Cuando entré en clase -mi amigo iba en otra- me senté, como de costumbre en la última fila. Ahora me tocaba aguantar cual alumna normal y corriente sin alertar a mis compañeros. Siempre me ponía detrás, en parte porque era alta y los altos, por defecto, iban detrás (aunque tuvieras miopía), y por otra, porque me encantaba perderme durante las clases en mi mundo, dibujando, escribiendo o, a veces, leyendo libros que me traía. No es que fuera mal estudiante, simplemente me aburrían algunas clases, y yo, como no podía estar aburrida, necesitaba divertirme con otro tipo de asignaturas, en este caso, optativas.


Entonces llegó mi profesora de inglés. Se llamaba Vanesa, y dentro del profesorado de mi instituto, era una de las profesoras que más me gustaba. Empezó a hablar en inglés y fue entonces cuando mi mente dejó de prestar atención para seguir torturándome con los recientes sucesos. ¿Cabía aún la posibilidad de que todo fuera un sueño? ¿Podía estar yo en la cama presa de una turbulenta y rebuscada pesadilla? Intenté, y por un minuto creí, que podía ser un sueño. Pero en unos segundos, me percaté de que de esta pesadilla no volvería ya a salir nunca más.

Soñando me voy y soñando escribo nuevos versos...
¡Adiós pequeños lectores!