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23 de set. 2014
Buenas!

Ayer encontré la cuna de todos mis textos, mi libreta especial. Allí están todos los borradores de mis textos, del primero al último. Me entretuve un poco a leer algunos y me sorprendí. Sí, a lo mejor diréis que no tengo abuela pero algunos de ellos parecían escritos por un buen escritor - que no de los mejores-. Tuve que mirar si eran míos. Esto me hizo pensar que por qué no volvía a escribir igual que antes. Supongo que como mi profesor me animaba a escribir y me daba ideas y objetivos me salían sin parar textos realmente mejores que los que hacía antes. Fue una -digo una porque habrá más- de mis épocas de esplendor (sí, yo aquí me monto mi historia). El caso es que releerlas me armó de (¿valor?) letras, palabras e ideas que cada vez eran más palpables. Hasta que decidí volver, reencontrar mi yo escritor y dejar que fluyese 'esto' que a veces me pasa de escribir.

Además, esta decisión también viene marcada por mi amiga. El otro día estuve hablando con ella cuando de repente me dijo: Oye, ¿y cuándo vas a actualizar tu blog? Buena pregunta, muy buena. Le dije que pronto iba a regresar, porque menuda temporada he tenido con la escritura... Pero ya sabéis que aquí lo que importan son las historias que cuento, no mi historia. Que, por supuesto, también sabéis que si no tengo una buena historia no la publico (que casualidad... ¿estoy publicando ahora?) Y además, lleváis unos días sin una buena historia, ¿qué tal si escribo una que se me ocurrió ayer en clase? Allá voy, es de las improvizadas, pero os gustará.



El cielo gris se ha conjuntado perfectamente con el tono de la ciudad capital. En las calles ya no hay nadie, ya no. Sólo hay máquinas con gente, máquinas que llevan gente como a los perros, pero atados de las manos. Por ahí se escucha un: - ¡Uy, perdón! ¿Te he pisado? - Sí, ¿no ves que estoy hablando? Es una llamada importante, ¡Sal de en medio! ¿quieres? Y sin mirarse a los ojos siguen caminando. Las señales ya no son verticales, ahora se pintan en el suelo, para que la gente pueda percatarse antes de que un coche o una bicicleta los atropelle. Los semáforos en vez de ponerse verdes, rojos u amarillos, chillan desesperadamente, casi estremeciéndose de dolor: ¡ALTO! Vianantes... ¡ALTO! Entonces es cuando las personas, o lo que queda de ellas, se paran sin dejar de depender de su móviles, tablets, smartphones, auriculares... ¡Claro, la gente que escucha música al máximo, por mucho que los semáforos se esfuerzen no los escuchan! Pero no pasa nada, ellos se paran, como normativa el govierno ha puesto unos perros guía (antes para las personas con visibilidad reducida) que ayudan a los que van todo el día con un exceso de decibelios en las orejas a moverse dentro de la ciudad donde nadie descansa, nadie piensa (eso ya lo hacen las máquinas), una ciudad sin sueños. Los jardines, antes verdes y llenos de árboles y bancos para sentarse y leer o admirar el paisaje, han sido sustituidos por grandes torres de enchufes en donde la gente puede cargar sus cachivaces sin miedo a que se les apague en medio de su juego favorito o publicando una foto. El único inconveniente es que ahora la electricidad ha pasado a ser uno de los bienes más necesarios y, por lo tanto, uno de los que se pagan a precio de oro, igual que la sanidad y la educación. 

De la alimentación se sabe que hace unos años se tuvieron que inventar una comida molecular con lo que incluir los carbohidratos, las proteínas, las vitaminas y las grasas esenciales para que las personas pudiesen disminuir la enorme cantidad de comida que ingerían al día, así es cómo se acabó (salvo en algunas zonas protegidas) la comida propiamente dicha. Incluso han llegado a abrir museos donde la gente puede admirar alimentos gastronómicos como los macarrones (de la abuela, claro), los embutidos, los entrecots con una salsa llamada al roquefort (de un queso ya extinto), todo tipo de verduras (que algunos niños creían mortíferas antes de ser probadas bajo la atenta mirada de sus madres), frutas variopintas, líquidos con sabores a pollo, pescado o verduras con pasta -carbohidratos típicos- apodadas sopas y algun que otro plato típico de cada país, poco más. Las personas con sobrepeso, tuvieron que abandonar sus hamburguesas, patatas fritas y demás, para seguir un estricto régimen. 

Dicen algunos, que aún existen lugares dónde la gente se comunica vía oral, sin hacer uso de teléfonos o algo parecido, donde se hacen debates, se estudia y se leen libros para ampliar conocimientos y poder razonar. Donde en los parques hay árboles y los niños juegan a fútbol, al pilla-pilla o al escondite y no se quedan todo el día en casa con sus 'apps' y videojuegos. En estos extraños mundos a parte no están prohibidos ni los teléfonos, ni los móviles, ni las tablets, ni las televisones, ni los reproductores de música ni los videojuegos. Aun así están regulados de manera que éstos no se apoderen de las mentes de quiénes los usan. Allí, dicen ser felices. ¿Pero quién no puede ser feliz sin desbloquear el nivel mil del Candy Crush? ¿Quién no puede ser feliz pasándose días enteros sin dormir jugando al COD? ¿Quién no puede ser feliz sin ver el rostro de la gente mientras va por la calle y sin saludar a los conocidos? ¿Quién no puede ser feliz sin declararle su amor a alguien mediante whatsapp? No se sabe, así que muchos historiadores y curiosos se están empleando a fondo para intentar entender a aquellos seres diferentes a lo normal, que viven tan despreocupados de la batería del móbil o del ordenador, y que disfrutan saliendo de casa a caminar así porque sí, porque les apetece, que hace deporte regularmente y que duerme ocho horas seguidas sin levantarse en medio de la noche con la angustia de no haber dejado el móvil cargándose. ¿Puede que haya gente así?


Muy sarcásticamente,

Crivi.